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De la leña al gas

En una aldea del sur de China, sus habitantes cocinaban con leña y algunos practicaban kung-fu, como en la mayoría de esas pequeñas comunidades desde las cuales salieron miles y miles de personas en busca de una vida próspera.

Uno de ellos llegó a La Habana y en el primer cuartico de la derecha en la planta baja dentro del edificio de San Nicolás 517 fijó su residencia, varios años antes del 1.o de octubre de 1949, fecha del triunfo de la Revolución encabezada por Mao Zedong.

A unos pasos, en la esquina de Cuchillo, abrió su negocio de venta de carbón vegetal aquel asiático cuyo apellido era más cercano a Chen que al Chang endilgado por autoridades migratorias que escribieron en español lo que únicamente puede ser reflejado por caracteres chinos.

Por obra y gracia de asuntos idiomáticos, el forzado a ser Chang adoptó como nombre Arturo, y así lo sorprendió la década de los 50, cuando su negocio quebró por el incremento de hogares que cocinaban con el indistintamente llamado kerosén, quero, kero, queroseno, luz brillante o brillantina.

Entre las primeras decisiones, para mantener a la familia que ya había formado en el Barrio Chino de La Habana, estuvo vender una camioneta en cuya puerta tenía rotulado su nombre: Arturo Chang Sanl, y un texto alusivo a la venta de carbón, producto que trasladaba con el vehículo.

Al mismo tiempo, convirtió el expendio de combustible vegetal en una bodega de víveres y licores, donde eran más los clientes que compraban a crédito y no pagaban que quienes saldaban sus deudas (esta es otra historia, pero para otro viernes).

Este inmigrante debió ver como un síntoma de desarrollo pasar de cocinar con leña en China a hacerlo con carbón en Cuba, aunque los avances le jugaron una mala pasada y hasta sus familiares se acogieron a los beneficios de los mejores artefactos de cocina, aunque fueron causa de su quiebra.

Pasados unos años, su cuñada, que vivía en el centro sureño puerto de Casilda, aspiraba a emplear el gas licuado de petróleo, y no lo hizo por temor a que los depósitos pudieran explotar, pero al comprobar su seguridad quiso convertirse en cliente de ese servicio, pero ya se habían interrumpido los incrementos.

Por no cometer ilegalidades, renunciaba una y otra vez a cocinar con gas, y solamente se animaba a hacerlo cada vez que anunciaban: “por única vez” se legalizan los balones.

Aquella generación de emigrantes chinos ha fallecido y ahora que se extiende el servicio de gas licuado a la población (GLP) a las cabeceras provinciales que faltaban, uno de sus descendientes, que además de haber conocido el humo del carbón, las emanaciones del querosene y las peripecias de usar la electricidad con variantes de alcoholera en los apagones, contratará el servicio GLP, dotado de un viejo fogón donado familiarmente por Odalys Álvarez, y lleno de muchas expectativas por bajar el consumo eléctrico.

NOTA: Las coincidencias de nombre y primer apellido del vendedor de carbón con los míos son lógicas porque era mi tío.

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