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Vladimir Maiakovski

¡ESCUCHEN!

¡Escuchen!
¿Si las estrellas se encienden,
quiere decir que a alguien le hace falta,
quiere decir que alguien quiere que existan,
quiere decir que alguien escupe esas perlas?

Alguien, esforzándose,
entre nubes de polvo cotidiano,
temiendo llegar tarde,
corre hasta llegar hasta Dios,
y llora,
le besa la mano nudosa,
implora,
exige una estrella,
jura,
no soportará un cielo sin estrellas,
luego anda inquieto,
pero tranquilo en apariencia,
le dice a alguien:
“¿Ahora estás mejor, verdad?
¿Dime, tienes miedo?”
¡Escuchen!
¿Si las estrellas se encienden,
quiere decir que a alguien le hace falta,
quiere decir que son necesarias,
quiere decir que es indispensable,
que todas las noches,
sobre cada techo,
se encienda aunque más no sea una estrella?

 

 

EL POETA ES UN OBRERO

Se le ladra al poeta:
«¡Quisiera verte con un torno!
¿Qué, versos?
¿Esas pamplinas?
¡Y cuando llaman al trabajo, te haces el sordo!»
Sin embargo
es posible que nadie
ponga tanto ahínco en la tarea
como nosotros.
Yo mismo soy una fábrica.
Y si bien me faltan chimeneas,
esto quiere decir
que más coraje me cuesta serlo.
Sé muy bien
que no gustáis de frases vacías.
Cuando aserráis la madera, es para hacer leños.
Pero nosotros
qué somos sino ebanistas
que trabajan el leño de la cabeza humana.
Por supuesto
que pescar es cosa respetable.
Echar las redes.
¿Quién sabe? ¡Tal vez un esturión!
Pero el trabajo del poeta es más beneficioso:
la pesca de hombres vivos, esto es lo mejor.
Enorme, ardiente es el trabajo en los altos hornos,
donde se forma el hierro chisporroteante.
¿Pero quién
se atrevería a llamarnos holgazanes?
Nosotros bruñimos las mentes con áspera lengua.
¿Quién es más aquí?
¿El poeta o el técnico
que procura a los hombres
tantas ventajas prácticas?
Los dos.
Los corazones son también motores.
El alma es también fuerza motriz.
Somos iguales.
Camaradas de la clase trabajadora.
Proletarios del cuerpo y del espíritu.
Solamente unidos
solamente juntos podremos engalanar el universo,
acelerar el ritmo de su marcha.
ante una oleada de palabras, levantemos un dique.
¡Manos a la obra!
¡Al trabajo, nuevo y vivo!
Y a los que discursean
que se les mande al molino.
¡Para que el agua de sus discursos haga girar sus aspas!

 

 BLACK AND WHITE

Si a La Habana

se le mira desde lejos,

es un paraíso,

un país como se debe.

Bajo las palmas,

en los lagos,

están los flamencos

en un solo pie.

Florecen colores

por todo el Vedado.

En La Habana

todo está dividido:

a los blancos,

dólares;

a los negros,

nada.

Por eso,

Willie

está con el cepillo en la puerta,

en la puerta

de Henry Kley and Broock Limited.

Willie,

en su vida,

limpió mucho polvo,

todo un bosque.

Por eso,

Willie

tiene ya poco pelo,

por eso,

Willie

tiene el vientre hundido.

Muy pocas son sus alegrías.

Seis horas para el sueño,

y listo.

Si no,

el inspector de impuestos del puerto

le quita una moneda al pobre negro.

¿Acaso se pueden salvar de esta mugre?

Únicamente si caminaran con la cabeza
juntarían más barro.
Los pelos son mil,

y los pies,

sólo dos.

Aquella vez,

pasaba

por la vistosa calle Prado.

Suena y se enciende

el jazz.

Parece,

de veras,

que es un paraíso

La Habana.

Pero el cerebro de Willie

tiene poca siembra,

pocas circunvoluciones.

Lo único que aprendió Willíe,

más firme que las piedras del monumento a Maceo, es:

«El blanco,

come piña madura,

el negro,

piña podrida.
El blanco

hace trabajo blanco.

El negro,

trabajo negro.»
Pocos problemas a Willie

le metieron en la cabeza,

pero uno de ellos

era el más grave de todos.
Y cuando este problema

empezó a horadar la mente de Willie,

el cepillo

caía de sus manos.
Y como a propósito,

en un momento así,

se acercó hacia él

el rey de los cigarros,

Henry Kley.

Llegó más blanco

que una nube,

el más solemne de los reyes,

el rey del azúcar blanca.

El negro

se acercó a la mole blanca y le dijo:
– «I beg your pardon, mister Bregg:
¿Por qué el azúcar,

blanco-blanco,

lo debe hacer

el negro-negro?
El cigarro negro,

no le queda bien a usted
Le quedaría mejor

a un negro,

de piel negra.

Y si usted

gusta del café con azúcar,
haga el favor

de prepararlo solo.»

La pregunta tiene sus consecuencias.
El rey,

de blanco se vuelve amarillo.
Se da vuelta el rey,

y de un golpe,

le arrojó los guantes.

Florecían alrededor

los prodigios de la botánica.

Los plátanos

tejían su verde red.

Se limpió el negro,

en sus pantalones blancos,

las manos,

y la sangre de la nariz.

Rezongó el negro,

con ojos de fuego,

levantó el cepillo,

con una mano,

y se fue.

¿De dónde podía saber el negro,

que con esa pregunta

debía dirigirse a la lejana ciudad de Moscú?

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2 comentarios

  1. En Black and White Maikosky y Guillen se dan la mano. ¡Que bien!

Responder a Rafael Cruz (@turquinauta) Cancelar respuesta

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