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1917-2017: controversias entre reforma y revolución. Reflexiones para el presente

Por: Olga Fernández Ríos

 

La Revolución de Octubre de 1917 en Rusia fue desenlace de un largo proceso de luchas y debates acerca de dos caminos que condujeran a un nuevo tipo de sociedad: uno encaminado a eliminar el capitalismo, y otro para enmendarlo. En el primer caso sobresalía la ruta revolucionaria fundamentada por Marx y Engels y en el segundo la senda reformista impulsada por Eduard Bernstein dentro de la socialdemocracia alemana, que entraba en disputa con el legado marxista.

 Premisas conceptuales

Esa fue la posición adoptada por el líder de la Revolución de Octubre en Rusia V. I. Lenin, quien también desenmascaró el reformismo socialdemócrata reconociendo que el problema no está en el uso de reformas, sino en el sentido y los objetivos de ese uso.

Entre los trabajos de Lenin que complementan los aportes de Rosa Luxemburgo destacamos dos de gran importancia para el análisis del tema que nos ocupa: ¿Qué Hacer? (1901-1902)  y “Marxismo y reformismo” (1913).[3]

En ¿Qué Hacer? Lenin enfrentó el social reformismo burgués y sus torcidas críticas a las ideas fundamentales del marxismo. A la vez desenmascaró a los que llamó «nuevos defensores de la libertad de crítica», tendencia que se formaba para amparar la crítica que no aportaba al despliegue de la revolución y sí contribuía a subvertirla.[4]

Años más tarde, en su artículo «Marxismo y reformismo» precisó las diferencias existentes entre el uso de reformas y el reformismo. En ese texto Lenin reconoció que los marxistas admiten la lucha por las reformas, es decir, por mejoras de la situación de los trabajadores aunque no se alteren las estructuras del capitalismo. Pero a la vez precisó que (…) «los marxistas combaten con la mayor energía a los reformistas, los cuales circunscriben directa o indirectamente los anhelos y la actividad de la clase obrera a las reformas. El reformismo es una manera que la burguesía tiene de engañar a los obreros, que seguirán siendo esclavos asalariados, pese a algunas mejoras aisladas, mientras subsista el dominio del capital.»[5]

Desde esas posiciones se explican en gran medida el empeño de Lenin –también el de Rosa Luxemburgo– a favor de la conquista del poder político por obreros y campesinos y otros sectores humildes con vistas a iniciar el tránsito hacia el socialismo. Desde esa premisa analizamos la correlación entre reforma y revolución que marcó todo el siglo XX, particularmente en nuestro continente donde se sucedieron transformaciones en varios países que en no pocos casos estaban a favor de intereses nacionales con reformas muy avanzadas que provocaron respuestas, incluso sangrientas, por parte de la reacción imperialista con acciones expresadas como contrarreformas.

Pero también, a lo largo del siglo XX, se demostró la validez del análisis de ambos revolucionarios marxistas cuando el reformismo se apegó a las necesidades del propio capitalismo favoreciendo reformas que pueden serle útiles en determinados contextos a los que el capitalismo debía adaptarse. Incluso se dieron autorreformas del sistema como ocurrió, por ejemplo, después de la II Guerra Mundial, con el llamado «Estado de Bienestar» y con las políticas keynesianas que no fueron adelantadas en algún programa electoral de la socialdemocracia. Se expresaron como necesidades del sistema influidas por las condiciones que se dieron con posterioridad a la gran crisis capitalista de 1929, pero sobre todo por el escenario de bipolaridad que se instalaba después de la II Guerra Mundial cuando el socialismo triunfante amenazaba los intereses capitalistas e imperialistas.

 Reforma y revolución en el presente: interrelaciones y disputas

En la actualidad reforma y revolución siguen siendo dimensiones diferentes con relación a la transformación del capitalismo y la búsqueda de salida a sus males y contradicciones. En el campo de las reformas están muy claras dos líneas de proyección y acción: 1) como forma de lucha anticapitalista y antiimperialista  en determinados contextos en los que la correlación de fuerzas no posibilita de inmediato una salida revolucionaria y hay reformas a favor de intereses populares y para lograr derechos mitigadores de efectos negativos del capitalismo. 2) como contrarrevolución que adopta posiciones opuestas a los intereses populares de desmontar el capitalismo. Es el clásico reformismo enfrentado por Rosa Luxemburgo y por Lenin por conducir a  un entendimiento con el capitalismo, a una adaptación al capitalismo.

No cabe la menor duda que se trata de un tema actual y de gran importancia política  cuando es necesario distinguir entre el reformismo contrario a la revolución y los casos en que, ante determinadas condiciones objetivas y subjetivas, no es posible ir más allá de la adopción de reformas sociales. Se está dando hoy en nuestro continente cuando en algunos países se aplican medidas para disminuir la pobreza extrema, o adoptar fórmulas de asistencia social. En este caso lo valoramos como esfuerzos positivos que contribuyen a mermar acumulados históricos de injusticias y explotación capitalista.

Aquí de nuevo subrayamos la importancia de retomar el análisis de Rosa Luxemburgo junto con el ¿Qué Hacer? de Lenin, en este caso coincidiendo con Atilio Borón quien con acierto considera que el papel y los límites de las reformas sociales, no debe separarse del problema de la organización y el protagonismo de las clases populares, que adquiere relevancia estratégica en el caso de la revolución social, como analiza Lenin en ese importante texto. [7]

Se trata de temas relacionados con procesos de cambio que hoy se dan en América Latina y con las perspectivas del socialismo, teniendo en cuenta la necesidad de jerarquizar las problemáticas de la organización y las políticas de alianzas, junto con la correlación táctica-estrategia. En esa línea tienen especial vigencia los alertas de Fidel y Che Guevara acerca del rol protagónico que desempeñan las masas populares, la conciencia social, los seres humanos y sus subjetividades junto con los valores éticos, entre otros factores.

Lo cierto es que hoy en América Latina la disyuntiva reforma o revolución está planteada en varios países donde se han instalado gobiernos que favorecen la implementación de reformas antineoliberales cuya radicalización es muy vigilada por el imperialismo estadounidense y sus acólitos como la OEA. Es el caso, por ejemplo, de Bolivia y Ecuador (durante los mandatos de Rafael Correa), y el de Venezuela, donde se han dado pasos más radicales y se han expresado posiciones que reivindican la opción socialista.

En esos gobiernos se ha dado, o se dará, una disyuntiva: continuar con políticas de reformas que siempre tendrán un límite que puede tornarse en freno a esas políticas  o, dependiendo de la correlación de fuerzas y niveles de movilización popular, pasar a una radicalización favorable a cambios estructurales, a una salida revolucionaria.

En ese contexto la  relación reforma-revolución debe ser definida desde los avances, obstáculos y retos del movimiento social popular en su lucha contra las oligarquías nacionales y el imperialismo estadounidense, y contra los intentos por implantar nuevas formas de capitalismo salvaje, que de hecho se está dando en países donde la derecha reaccionaria y pro imperialista  ha accedido al poder por diferentes vías, incluyendo las ilegales.

En ese punto tienen una enorme responsabilidad los líderes políticos progresistas y los pueblos teniendo en cuenta que no es lo mismo convalidar el capitalismo que desafiarlo. [8]

 Reformas dentro de la revolución

Otro escenario totalmente diferente en que se da la interrelación que analizamos, en este caso entre revolución y reforma, es en un proceso de construcción del socialismo, como es el caso de Cuba. Se trata de un contexto en el que no debe olvidarse la correlación entre estrategia y táctica en el sentido analizado por Engels en 1895 cuando se refirió a la influencia de la estrategia para la lucha de clases del proletariado, y por Lenin cuando constató los dilemas políticos que surgían en la correlación entre las coyunturas históricas en los que pueden admitirse reformas y los asociados a la estrategia de la revolución, a sus fines y objetivos. [9]

En la obra de Fidel hay múltiples evidencias que muestran que para él «revolución» y «construcción del socialismo» son conceptos referidos a un mismo proceso.  «Revolución» marca el sentido de transformación social, como planteó el primero de mayo del año 2000 de «cambiar todo lo que tiene que ser cambiado», mientras que «construcción del socialismo» se relaciona con la naturaleza de los cambios. No se trata de cualquier cambio, sino los encaminados a sumar condiciones favorables al socialismo.  Si bien el concepto que más utilizó es «revolución», concedió especial relevancia a  «construcción del socialismo», término válido para referirse a la transición socialista que es uno de los temas más complejos en la teoría marxista porque se trata de un proceso contradictorio, de largo alcance en el tiempo y en sus contenidos cualitativos. Además en Cuba se lleva a cabo en condiciones de asedio, injerencia, bloqueo y guerra de pensamiento por parte de de Estados Unidos.[10]

La Revolución Cubana ha acumulado extraordinarias experiencias, entre las que no faltan las vinculadas con el papel de las reformas en diferentes  contextos y estadios de su desarrollo. Entre ellos hemos escogido dos que muestran, por una parte, las disputas entre reforma y revolución antes del triunfo del primero de enero de 1959, y por otra la posibilidad de adoptar reformas compatibles con la construcción del socialismo.

En la disputa entre reforma o revolución durante la lucha contra la dictadura de Batista en la segunda mitad de los años 50, Fidel Castro apostó decididamente por la opción revolucionaria.

Esa posición lo distanció de la oposición interesada en derrocar la dictadura solo para instaurar un gobierno que adoptara reformas políticas limitadas al rescate de los atributos republicanos. Al respecto vale la pena recordar la carta de Fidel del 14 de diciembre de 1957 a los firmantes del Pacto de Miami – defensores de la opción reformista -, en la que resumió su concepción a favor de una salida revolucionaria  con gran peso en el desplazamiento del poder burgués-latifundista y la construcción de un nuevo poder de carácter popular.

En la carta sobresalen tres posiciones políticas opuestas al reformismo: 1) reafirmación del pueblo como sustento del nuevo poder político: “Si no hay fe en el pueblo, si no se confía en sus grandes reservas de energía y de lucha, no hay derecho a poner las manos sobre sus destinos para torcerlo y desviarlo en los instantes más heroicos y prometedores de su vida republicana”; 2) necesidad de transformaciones estatales de carácter estructural,  entre ellas la eliminación de los órganos armados de la dictadura y su sustitución por el Ejército Rebelde y las milicias populares de obreros, campesinos y estudiantes, y 3) la transformación del poder ejecutivo que asumiría las funciones legislativas del Congreso de la República lo que ya avizoraba una búsqueda para lograr unidad de los poderes del Estado en un poder popular.[11]

A partir de la toma del poder político por el Ejército Rebelde, esas fueron medidas adoptadas por el gobierno revolucionario en los primeros meses después del primero de enero de 1959 amparadas por una reforma a la Constitución de la República. Fue el comienzo de la construcción de un nuevo poder político de naturaleza popular.

En medio de una aguda lucha de clases, incluso al interior del  nuevo gobierno revolucionario, en muy corto período se adoptaron importantes medidas económicas y culturales encabezadas por la primera ley de reforma agraria (mayo de 1959)  que afectó a los grandes latifundios de oligarcas cubanos y de EEUU. A ello se sumaron la reforma urbana con influencias es la estructura de propiedad de las viviendas y del sistema de bienes raíces en Cuba, y la reforma general de la enseñanza que introdujo la gratuidad absoluta en todos los niveles educativos y creó las bases para la realización de una masiva campaña de alfabetización con el objetivo de  preparar al pueblo para su involucramiento en las transformaciones revolucionarias.

Esas y otras medidas en sí mismas no modificaban las estructuras del capitalismo, pero afectaban directamente a la oligarquía nacional y los intereses imperialistas a la vez que beneficiaban a amplios sectores populares. Fueron cambios que tocaron hondo en la sensibilidad revolucionaria de la inmensa mayoría del pueblo convencida que se estaba en las puertas de una revolución de los humildes y para los humildes.

Todo ello desencadenó la brutal reacción de la oligarquía nacional en alianza con el imperialismo norteamericano, lo que se expresó en diversas fórmulas injerencistas, incluyendo lo que hoy se llama terrorismo, junto con acciones armadas de diverso corte.

En aquel contexto la continuidad de la revolución era la única salida consecuente con los intereses del pueblo y sus anhelos. Adoptar esa posición era parte de la radicalización del proceso de liberación nacional y del enfrentamiento a los  defensores de una salida reformista en una disputa tan profunda que llegó al punto en que varios de ellos pasaron a la contrarrevolución.

Todos sabemos que la opción del pueblo cubano fue la de radicalización de las medidas revolucionarias y que en esa línea durante 1960 apoyó las nacionalizaciones de grandes empresas y el 16 de abril de 1961 respaldó la declaración del carácter socialista de la revolución y el comienzo de la  construcción del socialismo en un país subdesarrollado y bloqueado, pero absolutamente libre y soberano.

Desde entonces se despliega la transición socialista en Cuba en el sentido analizado por Lenin como un período inter formacional entre capitalismo y socialismo. A ello  debe añadirse que el marxismo y el leninismo aportan fundamentos teóricos y sociopolíticos para la transición socialista, pero de ninguna manera pueden identificarse como recetas preconcebidas, entre otras razones porque se trata de un proceso  siempre inédito, ya que no hay dos países idénticos, ni coyunturas nacionales e históricas únicas. En ese período se adoptan cambios y reformas   siempre orientados hacia una transformación acumulativa y radical de la sociedad encaminada a la construcción permanente de poder político de nuevo tipo: a favor de la hegemonía popular.

Son varios los ejemplos que muestran el reconocimiento explícito por parte de la  dirección de la revolución cubana  acerca de las complejidades de la construcción del socialismo.  Al respecto recordamos a Che Guevara quien en 1965 vio ese proceso como búsqueda y descubrimiento, mientras que en 2005 Fidel Castro  reconoció el desconocimiento que existía  con relación a la construcción del socialismo y más tarde Raúl Castro lo ilustró como camino a lo ignoto.

Muchas de las complejidades están dadas porque todo cambio civilizatorio, –y la construcción del socialismo va en esa dirección–, es  susceptible de generar contradicciones derivadas de las profundas transformaciones económicas, políticas y socioculturales que se implementan, con impactos objetivos y subjetivos. También porque tiene que sortear adversidades y agresiones, avances y retrocesos, estancamientos y rupturas en que se ha desenvuelto la revolución cubana durante más de 50 años con una definida estrategia de desarrollo socialista que no significa un simple desarrollismo económico, sino una transformación integral de la sociedad y de los seres humanos y una comprensión acerca de los valores éticos, entre los que se destacan el humanismo, la solidaridad y el internacionalismo.

A la vez se debe reconocer que los procesos revolucionarios pueden ser  zigzagueantes y que  por su naturaleza avanzan en medio de grandes obstáculos; en ocasiones surgen frenos, y se enfrentan a desafíos cada vez más complejos, de ahí la necesidad de concebirlos en marcha con el tiempo, las coyunturas y condiciones históricas. Pero nunca puede faltar el involucramiento y la concientización de las masas populares en el sentido planteado por Lenin, Fidel y Che Guevara para que el zigzag no pierda el rumbo trazado hacia una estrategia de orden socialista.

Es en este punto donde hoy debemos ubicar el lugar de los cambios que se han producido en el camino de la  transición socialista en Cuba, teniendo en cuenta que en diversos momentos se han necesitado ajustes, como los proyectados por Fidel en el proceso de rectificación de errores y tendencias negativas iniciado en la segunda mitad de los años 80 del pasado siglo. Lamentablemente aquellos ajustes se interrumpieron ante la necesidad de enfrentar el nuevo escenario económico y sociopolítico que se derivaba del derrumbe del socialismo en la URSS y Europa del Este.

La experiencia histórica ha demostrado que la construcción del socialismo en su itinerario  necesita y admite ajustes y reformas, siempre que se den en un sentido de rectificación del rumbo dentro de la revolución  y con una brújula imprescindible para su éxito: el  involucramiento activo de las masas populares.

Es el caso de los cambios adoptados por el VI Congreso del Partido Comunista (2011) identificados con el concepto «actualización del modelo de desarrollo económico y social» que inició un proceso complejo en el que urge combinar celeridad con cautela y necesidad con responsabilidad en la adopción de reformas que no se contradigan con la revolución y la construcción del socialismo.

Se trata de reformas que tienen sellos de legitimidad revolucionaria, al menos en dos direcciones: 1) en los objetivos propuestos para viabilizar la transición socialista en las condiciones de agotamiento del modelo estadocéntrico que predominó durante varias décadas, y las que se derivan del complejo escenario internacional que se enfrenta desde la última década del siglo XX, con intensificación del bloqueo y la agresión imperialista. 2) la implementación de fórmulas de consulta y participación  popular para el análisis y puesta en marcha de las transformaciones propuestas, lo que fue ampliado por el VII Congreso del Partido (2016), en términos de definir conceptos y precisiones sobre los cambios, su continuidad y límites.  En ambas direcciones es que se deben enmarcar las reformas dentro de la revolución cuando parten de la ratificación de la estrategia de orden socialista sin renunciar a las bases y principios sustentados durante casi 60 años.

Pero sabemos que no han faltado pretensiones de diverso corte para convertirlas  en su contrario, o introducir otro tipo de reformas, no para sumar socialismo, sino para ir desmontándolo, lo que de hecho  se convierte en una posición contrarrevolucionaria y anticomunista, aunque no se exprese en acciones violentas. En eso no ha faltado el aliento del mal vecino del norte con su política de «ayuda» a los  sectores emergentes de la economía con la esperanza de convertirlos en  capas sociales pequeño-burguesas en expansión, con posibilidades de actuar como  contraparte del Estado y fuerza capaz de ir minando y desmontando la transición socialista a través de un proceso reformista.

El gobierno y el pueblo cubano tienen conciencia de que las  transformaciones en marcha, en sí mismas, no contradicen los objetivos socialistas, sino que modifican las condiciones en que se construye el socialismo, lo que por supuesto genera un escenario económico mucho más diverso y descentralizado con impactos en la estructura social, y por ende en la sociedad civil.

Se trata de un contexto diferente al del resto de América Latina, cuando en Cuba las reformas  que se introducen al modelo de desarrollo  son para contribuir al avance del socialismo, para sumar condiciones a favor del socialismo, para asegurar que Estado socialista no se desvíe de sus objetivos fundamentales.  En este caso las reformas siguen siendo un medio y la preservación del socialismo sigue siendo el objetivo fundamental.

Para lograr ese objetivo hay que enfrentar importantes desafíos, entre los que destacamos dos con marcada influencia en la solución de las contradicciones inherentes a la transición socialista, en particular las que genera la ampliación de las formas de propiedad y gestión:

Primero, la delimitación de los marcos en que puede desarrollarse la pequeña propiedad privada y en los que se puedan regular sus impactos negativos en la estructura socioclasista y en las políticas de igualdad y justicia social que son base de la revolución cubana.

Segundo, lograr la permanente renovación de la hegemonía socialista, no solo  en el sector económico-productivo, sino en un sentido integral que abarca el mundo de la cultura, de los valores éticos inherentes al socialismo y de la lucha para desmontar la dañina enajenación humana que el capitalismo ha promovido en el mundo.

Palabras finales

En el siglo transcurrido entre 1917 y 2017 abundan las razones para ratificar la validez de la revolución social anticapitalista y pro socialista frente al reformismo, lo que no significa que éste haya sido rendido.  Todo lo contrario, el reformismo hoy asume  diferentes formas de expresión, no solo para lograr readaptaciones del capitalismo, sino también para evitar su desmontaje o para interrumpir la construcción del socialismo donde se haya iniciado.

Para concluir apelo a la historia con un llamado a retomar la «Segunda Declaración de La Habana», aprobada por el pueblo de Cuba el 4 de febrero de 1962, documento que reivindica la opción revolucionaria con sólidos argumentos.

Ese documento trasciende el marco histórico en que fue adoptado y expresa fundamentos teóricos y socio políticos sobre la revolución social en las condiciones contemporáneas, con  aportes de una metodología que parte de los datos que la historia y cada contexto histórico brinda.

Desde esa valiosa premisa martiana y marxista la Segunda Declaración de La Habana integra temas y posiciones que  siguen teniendo absoluta vigencia para enfrentar a los reformistas de hoy que desde diversas perspectivas, más o menos teóricas y academicistas, retoman posiciones del liberalismo clásico en una especie de utopismo de nuevo corte: lograr para Cuba un capitalismo descontaminado de los males que lo han permeado a lo largo de la historia.

Con gran pertinencia para el presente, en la  Segunda Declaración de la Habana se analizan las limitaciones de la salida burguesa para el desarrollo independiente de las naciones, sobre todo por su incapacidad para generar igualdad social en lo interno y  entre países. A la vez, a partir de la experiencia histórica demuestra que en América Latina sectores nacionales burgueses, aun cuando sus intereses sean contradictorios con los del imperialismo yanqui, han sido incapaces de enfrentársele, o son paralizados  a través de diferentes vías, incluyendo el miedo a la revolución social y al clamor de las masas populares.

Esto nos da luces acerca  de los proyectos agotados en el llamado neo desarrollismo que algunos consideran como respuesta adecuada para eliminar las contradicciones derivadas del subdesarrollo o de las políticas neoliberales, al margen de las soluciones que un proyecto socialista puede generar.

No es posible obviar el hecho de que la Segunda Declaración de La Habana retoma ideales cuando con pasión hace un llamado: «El deber de todo revolucionario es hacer la revolución». Y lo hace pensando en la patria grande, en el sentido martiano de Nuestra América, que hoy también convoca a los cubanos a preservar las conquistas del socialismo, no sentados para ver pasar el cadáver del imperialismo, sino actuando cada cual en su lugar en un continente donde cada vez se hace más visible que hay que contar con los humildes y con los trabajadores.  Se trata entonces de continuar los ajustes y los cambios trazados y perfeccionados por el VI y VII Congresos del PCC con un dominio sobre la marcha de las reformas conducente a la permanente renovación de la hegemonía socialista como condición para preservar la Revolución Cubana.

Parafraseando a Lenin hay que reconocer que las reformas dentro de la construcción del socialismo en Cuba son tan importantes y necesarias que no se deben dejar en manos de los reformistas.

 

[1] Rosa Luxemburgo: ¿Reforma social o revolución?, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1914, p. 61

[2] Rosa Luxemburgo: Discursos en Congresos de Stturgard, 3 y 4 de octubre de  1898. Disponible en www.marxista.org/archive/luxemburg/1898/04.htm

[3]  De Lenin también puede consultarse «Marxismo y revisionismo» en V. I. Lenin Obras Escogidas en tres tomos , Ediciones en Lenguas Extranjeras, Moscú, Tomo I, pp 70-78

[4]  ¿ Qué Hacer? en V. I. Lenin Obras Escogidas en tres tomos , Ediciones en Lenguas Extranjeras, Moscú, Tomo I, pp 128-135

[5] V. I. Lenin: Marxismo y reformismo. 12 de septiembre de 1913 Pravda Trudá nro. 2.
Edición electrónica: Marxists Internet Archive, febrero de 2000.

[6] Rosa  Luxemburgo: Reforma o Revolución y otros escritos contra los revisionistas. Editorial Fontamara, México D. F., 1989, pp 118-119.

[7] Ver la Introducción de Atilio Borón al libro de Rosa Luxemburgo ¿Reforma social o revolución?, Editorial de Ciencias sociales, La Habana, 2014, p.5.

[8] Claudio Katz: Las disyuntivas de la izquierda en América Latina, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2010, p. 122

[9] Para ampliar ver Olga Fernández Ríos: Dilemas sociopolíticos de la transición al socialismo en Cuba. Sello editorial Filosofía.cu, Instituto de Filosofía, La Habana, 2016, pp 28-30.

[10]En este texto utilizamos transición socialista y construcción del socialismo como sinónimos por ser  también conceptos referidos a una misma etapa. No obstante, el uso indistinto de ambos puede perder de vista diferentes cualidades que se quieran resaltar desde un punto de vista teórico; si se tiene en cuenta que transición expresa mejor el sentido de cambio progresivo, mientras “construcción” se asocia más a la creación de las condiciones para ese cambio. Pero lo esencial es que el uso indiferenciado de uno u otro concepto es válido para hablar de una misma etapa entre el capitalismo y el socialismo y que ambos aportan el sentido de cambio y de proceso hacia objetivos superiores.

 

 

[11]El “Pacto de Miami” firmado por varias organizaciones antibatistianas planteó las bases de un nuevo gobierno una vez derrocado Batista. Felipe Pazos, invocando el nombre del Movimiento 26 de julio capitalizó para su persona y para los intereses de la oligarquía dominante, los puestos políticos proponiéndose como Presidente provisional de la República.  Ver  Olga Fernández Ríos: Formación y Desarrollo del Estado Socialista en Cuba, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1988. Ver carta completa en Ernesto Che Guevara en Obras 1957-1967, Casa de las Américas, 1970, T I, pp. 361-372.

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3 comentarios

  1. Ahora una pregunta? Cual de los dos proyectos existe en la actualidad el de Lenin o el de los reformistas o socialdemocracia? Por cierto ninguna de las decisiones que se mencionan sobre el destino de Cuba fueron tomadas por el pueblo sino por los dirigentes de la Revolucion, o sea, se confia no se confia en el pueblo? Esto solo confirma que el socialismo o comunismo es incompatible con la democracia, se habla en nombre del pueblo pero este no ejerce un poder real.

    • Carlos: En las «democracias» tradicionales (burguesas) el gobernante jamás consulta al pueblo. Después de ser electo presidente puede hacer, sin consecuencias, exactamente lo contrario de lo que prometió. Cuba es un país raro: pone a discusión en centros laborales, sindicatos y barrios, los más importantes documentos que trazan las políticas a seguir. Y es capaz de modificarlos en base a las opiniones vertidas por la población. Eso sí es democracia.

  2. El tema sugerido es de mucho interés e importancia, no sólo para Cuba, y exige de nosotros mucho estudio y meditación para aceptar que, a veces, con honestidad y convicción repetimos lugares comunes o ideas que a nuestros enemigos les interesa que sostengamos. Yo invito a leer y después, si se quiere, debatir un texto que escribió Carlos Fernández Liria meditando sobre Cuba, la libertad y el Estado de Derecho. No abundo aquí para tomar la palabra de quien lo hizo con lucidez y honestidad sobre este tema. El texto está reproducido en La Pupila Insomne, y otros sitios, aquí dejo tres enlaces y un fragmento del texto.

    Sobre Cuba, la libertad y el Estado de Derecho
    Sobre Cuba, la libertad y el Estado de Derecho

    A QUIEN CORRESPONDA, sobre Cuba, la Ilustración y el socialismo de Carlos Fernández Liria

    Texto de Carlos Férnandez Liria. (fragmento)

    Supongo que todos estaremos de acuerdo en que no basta con que la Constitución diga que hay Estado de Derecho para que admitamos que, en efecto, lo hay. Fundamentalmente, decimos que una sociedad está en Estado de Derecho cuando en ella hay una división de poderes, es decir, cuando el poder que legisla, el poder que juzga y el poder que gobierna son independientes entre sí, de modo que, por ejemplo, el gobierno puede ser llevado a los tribunales para ser juzgado con arreglo a unas leyes que no han hecho ni jueces ni gobernantes. Pero esto es una cosa que decimos, igual que puede decirlo la Constitución. Lo difícil no es estar más o menos de acuerdo con esa definición. Lo difícil es averiguar lo que ponemos en juego para distinguir una sociedad que dice estar en estado de Derecho, de una sociedad que efectivamente lo esté. Así por ejemplo, en el 17 de abril de 1989, Pinochet declaró que Chile ya estaba lo suficientemente maduro para volver a ser un Estado de Derecho, que él ya había matado a suficientes marxistas, comunistas e izquierdistas y, que, por tanto, ya podían convocarse elecciones sin peligro de que ganaran las izquierdas, aunque, desde luego –advirtió-, “si gana una opción de izquierdas o se toca a uno solo de mis hombres, se acabó el Estado de Derecho”. El 17 de abril de 1989, por tanto, los medios de todo el planeta celebraron la vuelta de Chile a la democracia. Y, desde entonces, ha habido democracia y Estado de Derecho en Chile, ya que, puesto que no ha ganado las elecciones ninguna opción de izquierdas, no ha sido necesario volver a dar un golpe de Estado. En 1990 ganó Patricio Alwyn, un antiguo golpista democristiano y, cuando han ganado los socialistas, han seguido, como si tal cosa, haciendo lo que mandaba el FMI, porque durante los dieciséis años de dictadura ya aprendieron eso de que quien manda, manda, y que si no, ya se sabe, “se acabó el Estado de Derecho”. El caso es que, puesto que se celebran elecciones y no ganan las izquierdas y por tanto no hay golpes de Estado, podemos decir que en Chile hay Estado de Derecho. Lo mismo ocurre en Colombia: durante estas últimas décadas, los paramilitares se han ocupado de matar a tiempo –a veces “justo a tiempo”, el día antes- a todos los que siendo de izquierdas podían ganar las elecciones, de modo que luego los comicios electorales se han podido celebrar sin sacar los tanques a la calle, a causa de lo cual podemos decir en nuestra prensa democrática que Colombia es una democracia y está más o menos en Estado de Derecho (al contrario, ya se sabe, que Cuba). En Haití dejó de haber Estado de Derecho en 1990, a causa de que, por abrumadora mayoría, había ganado las elecciones el peligroso cura izquierdista Aristide, que amenazó en seguida con subir el salario mínimo 20 centavos, por lo que, ante semejante fallo del sistema democrático, se hizo necesario dar un golpe de Estado, implantar una dictadura y matar a varios miles de personas, entre torturas horrorosas; como resulta que no se mató a los suficientes, en el 2000 volvió a ganar las elecciones Aristide, por lo que se hizo necesario otro golpe de Estado en julio de 2001, que, como fracasó, hizo necesario otro más, en diciembre de 2001, que fracasó también, por lo que se recurrió a bloquear todas las ayudas de Banco Interamericano de Desarrollo y todos los créditos del FMI, hundiendo la economía haitiana en un abismo sin fondo, y así hasta el golpe de Estado de este año 2004, que ha triunfado por fin, con la complicidad, por cierto de toda Europa; en cuanto se haya matado a todos los que tengan el propósito electoral de subir el salario mínimo de las Alpha Industries, en Haití se podrá restaurar, sin riesgo, el Estado de Derecho.
    (leer completo en los enlaces facilitados…)

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