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Las iglesias son parte de la solución y son parte del problema. Por Rudelmar Bueno de Faria

Enrique Ubieta Gómez

Este brasileño de 56 años fue Representante del Consejo Mundial de Iglesias ante las Naciones Unidas y desde 2017, es el Secretario General de la Alianza ATC, una coalición mundial de 152 iglesias —la mayor red de iglesias protestantes y ortodoxas del mundo, para el desarrollo humanitario—, con sede en Ginebra. Ha viajado a La Habana para asistir al Diálogo entre Ciencia y Teología sobre la urgencia de la justicia climática, la justicia de género y la lucha contra los fundamentalismos que organiza conjuntamente con el Consejo de Iglesias de Cuba en los días finales de noviembre de 2019. La revista Cuba Socialista lo entrevista en uno de los salones del Hotel Nacional. Suprimo las preguntas que interrumpen la coherencia de su discurso, para que el lector pueda seguir mejor sus razonamientos sobre el fundamentalismo religioso y la compleja realidad que vive hoy la región.

 

El fundamentalismo religioso está vinculado a la percepción de que hay una sola lectura y una sola forma de interpretar la Biblia y también los mandamientos de Jesús. Me refiero a diversas confesiones vinculadas tanto a la religión cristiana como a otras religiones, la islámica por ejemplo, que hacen una lectura textual y no interpretativa de los textos. El fundamentalismo religioso para definir la moral, la ética, se basa en una interpretación extremadamente excluyente y bastante simplista de las cosas. Pero también existen fundamentalismos económicos y políticos; el económico pretende imponer el modelo neoliberal como el único posible a seguir y el político, el modelo que sitúa a las élites al mando de las políticas y de los partidos, dondequiera que sea.

Los fundamentalismos siempre existieron, y van a existir siempre, pero han tomado formas más agresivas en la actualidad. Para mí el problema fundamental es la confluencia entre esos tres fundamentalismos: el religioso, el político y el económico. Ellos se unen con el objetivo común de beneficiarse, en virtud de intereses económicos mayormente, para la elaboración de políticas públicas, en oposición a sociedades más democráticas, incluyentes, y también de interpretaciones bíblicas y teológicas incluyentes, que siguen el ejemplo de Jesús.

América Latina es un ejemplo perfecto de la confluencia de esos tres fundamentalismos. Si analizamos el caso brasileño, y vemos cómo el gobierno utiliza a las iglesias pentecostales, evangélicas, para recibir el apoyo a políticas extremadamente excluyentes, como por ejemplo, suprimir derechos laborales, o eliminar a poblaciones indígenas o afro descendientes, discriminar a las mujeres, a la comunidad LGTBI, y cómo esas iglesias se benefician del poder político, ganando espacios dentro del Congreso, cambiando leyes para imponer concepciones más conservadoras relacionadas con la familia, y cómo los grupos económicos internacionales utilizan esa confluencia para implementar sus proyectos de explotación de los recursos naturales nacionales, pero también de cooptación, de compra de votos dentro del Congreso nacional. Brasil es un buen ejemplo de eso.

Y en Bolivia vemos con el golpe de estado a un grupo que habla en nombre de la Iglesia, enarbola la Biblia en el Parlamento y se anuncia como un gobierno cristiano, y entonces  discrimina completamente a las otras culturas, indígenas básicamente, y la diversidad general que existe. Y vemos que en Chile el modelo neoliberal que se presentaba como un ejemplo para el mundo, está asesinando a la gente.

En los Estados Unidos vimos a un gobierno que no es creyente —el presidente Trump no es una persona realmente interesada en los temas religiosos—, interesado en usar a la comunidad conservadora americana de las iglesias, para conservar el poder y respaldar sus políticas imperialistas, económicas, tanto dentro del país como fuera de este.

Nosotros sabemos que los fundamentalistas son una minoría. Pero tenemos dos problemas en América Latina: el silencio de la sociedad civil y también el de las iglesias, que no denuncian lo que está pasando, porque si denuncian el modelo neoliberal y la confluencia de fundamentalismos, inmediatamente son tildados de comunistas. Hay mucha gente de izquierda o con proyecciones más progresistas, que tienen miedo de posicionarse. Otros, dentro de las iglesias, tienen miedo de perder membresía, porque en ella hay una creciente ola de fascismo, de intolerancia con respecto a otras religiones o a concepciones que ellos apoyan.

Y una gran parte de la población ignora estos temas. Los mensajes simplistas que son financiados por el capital internacional logran un espacio en la esfera pública a través de los medios tradicionales, publicaciones que son mantenidas por esos grupos de las elites políticas y económicas de los países. Entonces, hay un adoctrinamiento. En Brasil, por ejemplo, se creó la idea dentro de la conciencia popular de que el Partido de los Trabajadores era el peor, que era sinónimo de corrupción. Todo esto se construye con las fake news (noticias falsas) y lo que llaman “posverdades”. Muchos gobiernos, a través de los medios, de acciones gubernamentales, están cambiando “la historia”: afirman que el cambio climático no existe, que no existió dictadura en Brasil o en Chile, y se aprovechan de la falta de educación política de la gente.

Para contrarrestar este avance, tenemos que hacer una asociación de fuerzas progresistas, reconociendo que tenemos que introducir a las iglesias en los temas relacionados con la religión. Porque en todas partes las iglesias son parte de la solución y son parte del problema. Y si logramos tener una voz fuerte sustentada en la teología y en la Biblia, garantizaríamos que la gente vea las falsedades que se intentan pasar sobre el tipo de sociedad que debemos tener. Tenemos que convocar a los gobiernos, al sistema de Naciones Unidas, a la sociedad civil, a los movimientos populares, a las iglesias, para la batalla que hay que dar; porque tenemos dos proyectos hoy en el mundo, uno excluyente y otro incluyente. Y nosotros tenemos que luchar por la inclusión de todos, de migrantes, de refugiados, de LGTBI, de todos, y las iglesias tienen que jugar un papel fundamental. Eso es lo más importante, lograr alianzas estratégicas para salir adelante y garantizar que la mayoría de la población que ignora estos temas, porque solo escucha mensajes simplistas, pueda entender más a fondo de qué se trata.

El grupo más conservador siempre repite que no debemos polarizar a la sociedad, que debemos trabajar más al centro, pero ese es un gran error. Es el discurso que intentan imponer en la población, para que la gente no sea combativa y no luche por sus derechos. Ese discurso simplista de que no podemos polarizar ya no funciona. Nosotros sí tenemos que ser radicales, no digo que de manera agresiva, pero sí tenemos que posicionarnos, y también garantizar la seguridad de la gente, porque están asesinando en América Latina a todos los líderes y lideresas que asumen una posición crítica y pública sobre la situación en que viven. Tenemos que cambiar la narrativa de los gobiernos conservadores que tenemos hoy.

La excarcelación de Lula es una gran victoria. Pudimos sacar a Lula de su prisión política, sabemos que el trabajo no ha terminado porque los procesos están abiertos. Gracias a Dios hay elementos nuevos que demuestran que hubo un golpe de estado contra Dilma Roussef y también la intencionalidad de sacar a Lula de la disputa electoral por la presidencia. Pero el problema en Brasil es que el militarismo está presente y está amenazando a las instituciones brasileñas, sea al poder judicial o al ejecutivo, y también al Parlamento, para impedir la liberación de Lula, hay mucho miedo a Lula, porque tras él hay un pueblo que ya no puede admitir más lo que está pasando, la pérdida de derechos, el empobrecimiento que ha regresado a Brasil después de un tiempo de prosperidad. Y nosotros sabemos que en América Latina —el caso brasileño también se repite en Bolivia—, los gobiernos de izquierda fueron los que redujeron la desigualdad y crearon una prosperidad económica. Y sabemos que por más que los gobiernos de izquierda obtengan resultados económicos que beneficien a la gente, las élites no van a permitir su existencia.

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2 comentarios

  1. Exatamente lo que pasa en Brasil y en nuestra América Latina. Muy buen reportaje.

  2. Excelente análisis de la situación de nuestro continente. Yo diría que la no educación y la instrumentalizacion de la religión como medida de adoctrinamiento en beneficio de las clases dominantes, han facilitado el crecimiento de las élites que detienen el poder.

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